jueves, 26 de marzo de 2009

QUIERO IR AL INFIERNO

Sí, señores, las cosas son así. Yo quiero ir al infierno y lo promulgo así, libremente, y me quedo tan pancho además. Querido Benedicto, querido Rouco, métanselo en esas cabecitas que Dios les ha dado. Sitio tienen.

Para algo, digo yo, me dio Dios el libre albedrío, ¿no? Dejen de tocar las narices y dejen de intentar salvar mi alma contra mi voluntad. No quiero salvarla. Quiero ir al infierno, voy a hacer todo lo posible por ir y sé que acabaré yendo. Confío en Dios. Señor Benedicto, señor Rouco, hagan ustedes lo mismo. El Señor me castigará, no les quepa duda.

Así, que, sí, ¿qué le vamos a hacer? Usaré el preservativo siempre que me de la gana. Sí, sí, aún a riesgo de contraer el SIDA, señor Ratzinger, digo Benedicto XVI (lo siento, no entiendo la manía esta de los dos nombres aunque, bien pensado, tampoco entiendo lo de tener un apellido numérico). No es por capricho. Es por dejadez. Y porque, para mi el, sexo no es malo. Bueno, es malo a veces, por ejemplo, si te lo montas con menores, pero no íbamos a estar de acuerdo en todo, ¿no?

Y no, no pienso tratar a los embriones humanos como si fueran linces, me da igual que sean ibéricos, euroasiáticos o de Orejilla del sordete. Y ya que quiero ir al infierno, se lo confieso antes de cometer el crimen, si alguna vez voy paseando por Doñana y me encuentro con un embrión humano, no tendré dudas, dispararé. Así, por joder.


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